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Sobre Antonio Miranda
 
 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

POESIA ESPANHOLA
Coordenação de AURORA CUEVAS CERVERÓ
Universidad Complutense de Madrid

 

Foto y biografía: https://bienmesabe.org/

 

DIEGO ESTÉVANEZ Y MURPHY

( Espanha )

 

(1842-1866).

 

Poeta nació y murió en Santa Cruz de Tenerife. Realizó estudios de Náutica y, desde 1858 y a lo largo de once años, viajó por la Península, por las Antillas y los Estados Unidos de América.

A bordo de la goleta San Miguel, una tempestad le ofrece el espectáculo dramático del mar embravecido, que tanto habría de influirle. Enfermo de tuberculosis y atormentado por desengaños amorosos, es nombrado catedrático de la Escuela de Naútica en 1865, pero muere al año siguiente. Su único libro publicado y póstumo, Poesías, data de 1868, con prólogo de Ramón Gil Roldán*. Existe una edición reducida, sin fecha, de la ya de suyo breve producción de este malogrado poeta. El último poema, "Insomnio y fiebre", es de 1865 y lo escribiría durante su estancia en Londres, adonde había viajado con la intención de encontrar remedio a su fatal enfermedad.

 

 

TEXTO EN ESPAÑOL  -  TEXTO EM PORTUGUÊS

 

ARIAS DE LA CANAL, Fredo.  Poesía canaria  Estudio protoidiomático.   Ciudad de México: Frente de Afirmación Hispánica, A. C., 2022.   133 p.    Ex. bibl. Antonio Miranda

 

       ¡Qué noche tan larga!
¡Qué lento suplicio!

¡Me abrasa la fiebre

       y tiemblo de frío!
¡El sueño a mis ojos
no acude benigno,
y extrañas ideas
conturban mi espíritu!
Venid a mi mente
recuerdos queridos
del tiempo pasado,
tan dulce y tranquilo;
venid, presentadme
los cuadros sencillos
de infancia inocente,
sus goces cumplidos,
mis verdes praderas,
mis juegos de niño,
la fuente sonora,
cercada de pinos,
que brota de un suelo
cubierto de lirios;
mis álamos blancos
mi almendro florido,
la cruz arruinada
de tosco ladrillo,
que al paso el viandante
besaba conscrito;
de invierno las noches
en que hórridos silbos
de viento impetuoso
tronchando los pinos;
de truenos cercanos
el tronco estallido,
la lluvia azotando
los débiles vidrios,
y el turbio torrente
llevando consigo
ramajes y troncos
del bosque vecino,
mis
ojos cerraban
con sueño fatídico,
y entonces miraba
confuso, aturdido,
       mi lecho cercado
de pálidos
círios,
y un monje severo
con
duro cilicio
que lento cruzaba
mirándome altivo;
y luego en el techo
de pronto
encendido,
brotaban
lucientes
y agudos cuchillos,
monstruosas cabezas
con ojos torcidos,
y allá en la penumbra
pendiendo del friso,
ropones talares
en
sangre teñidos.
Mas luego que aurora
vertiendo
rocío
mostraba halagüeña
su rostro divino,
¡qué alegre escuchaba
de los pajarillos
las tiernas canciones
y lánguidos trinos!
¡Recuerdos que adoro
con ciego delirio!
¡Ay, dulce prestadle
benéfico alivio
a un alma que llora
sus goces marchitos,
su muerta esperanza,
su amor!
¡Oh, Dios mío!
¡Cuán negros pesares
mi
pecho han herido!
Hoy, débil, cansado,
sin fuerza camino,
pues ya no me alientan
ni fe, ni cariño
ni sueños de gloria,
ni el sordo bramido
del mar que adoraba.
¡Todo lo he perdido!
Rumor misterioso

cercano percibo;
rumor que en las noches
serenas de estío
también he escuchado
con suave deliquio,
que es tenue, muy tenue,
muy vago y tristísimo,
rumor que oye el alma
mejor que el oído,
que no se comprende,
que muere indeciso.
Murió, ya no escucho
ni el hálito mío,
¡que el aire me falta
y apenas respiro!
Ayer vi un
cadáver
flotando en el río,
sangrientos los ojos,
el gesto fruncido.
Recuerdo que al verle
bañó sudor frío
mi pálido rostro;
con fuertes latidos
temblara mi
pecho,
y… ¡extraño delirio!
pensaba yo entonces
que hallábame unido
al yerto cadáver
con lazos muy íntimos;
que efluvios de mi alma
balaban al
río
volando a prestarle
su aliento perdido.
¡Misterio es el hombre!
¡Su mente un abismo!
No ha mucho, yo hallaba
placeres cumplidos
en grandes ciudades
de inmenso gentío.
Hoy ¡cuánto he cambiado!
Me cansa el bullicio.
¡Dichosa mi suerte
si hallara un retiro
do aliento cobrara
mi
pecho oprimido,
do sombra me dieran
laureles y tilos,
y secas sus hojas
un lecho mullido;
do nunca reinaran
ni cierzos y fríos
ni lluvias y nieves
ni viento y granizo;
do un aura suave
trajera a mi oído
los tristes cantares
de algún campesino,
y el aura le diera
con tierno cariño
su casto perfume,
silvestre tomillo!
¡Qué noche tan larga!
volando a prestarle
su aliento perdido.
¡Misterio es el hombre!
¡Su mente un abismo!
No ha mucho, yo hallaba
placeres cumplidos
en grandes ciudades
de inmenso gentío.
Hoy ¡cuánto he cambiado!
Me cansa el bullicio.
¡Dichosa mi suerte
si hallara un retiro
do aliento cobrara
mi
pecho oprimido,
do sombra me dieran
laureles y tilos,
y secas sus hojas
un lecho mullido;
do nunca reinaran
ni cierzos y fríos
ni lluvias y nieves
ni viento y granizo;
do un aura suave
trajera a mi oído
los tristes cantares
de algún campesino,
y el aura le diera
con tierno cariño
su casto perfume,
silvestre tomillo!
¡Qué noche tan larga!
¡Qué tanto suplicio!
Más ¡ah!, que ya lucen
de albor matutino
los tibios reflejos,
y el pardo edificio
que al frente se eleva,
solemne y altivo
sus altos remates
ostenta teñidos
de rosa y de grana.
Ya empieza el bullicio,
ya débil mi cuerpo
se postra rendido.
Se cierran mis ojos
¡oh, sueño bendito!
¡Restaura mis fuerzas
y alienta mi espíritu!


 

TEXTO EM PORTUGUÊS
Tradução por ANTONIO MIRANDA

 

       Que noite tão longa!
Que lento suplício!

Me abrasa a febre

       e tremo de frio!
O sonho aos meus olhos
não acode benigno,
e estranhas ideias
conturbam meu espírito!
Vinde à minha mente
lembranças queridas
de tempo passado,
tão doce e tranquilo;
vinde, apresentai-me
os quadros simples
de infância inocente,
seus gozos elogiados,
meus verdes prados,
meus brinquedos de criança,
a fonte sonora,
cercada de pinheiros,
que brotam de um terreno
coberto de lírios;
meus choupos brancos
minha amêndoa florida,
a cruz arruinada
de tosco ladrilho,
que no passo o viajante
beijava conscrito;
no inverno as noites
em que hórridos silvos
de vento impetuoso
truncando os pinos;
de trovões próximos
o tronco estourando,
a chuva açoitando
os frágeis vidros,
e a turva torrente
levando consigo
ramagens e troncos
do bosque vizinho,
meus
olhos fechavam
no sono fatídico,
e então mirava
confuso, aturdido,
       meu leito cercado
por pálidos
círios,
e um monge severo
com
duro cilício
que lento cruzava
olhando-me altivo;
e logo no teto
de repente aceso,
brotavam cintilantes

e agudos facões,
monstruosas cabeças
com olhos torcidos,
e lá na penumbra
pendurado do  friso,
roupões rasgados
com
sangue tingidos.
Mas quando a alvorada
vertendo
orvalho
mostrava lisonjeira
seu rosto divino,
que alegre escutava
dos passarinhos
as suaves  canções
e lânguidos trinados!
Lembranças que adoro
com cego delírio!
Ai, doce prestai
benéfico alívio
a uma alma que chora
seus prazeres murchos,
sua morta esperança,
seu amor!
¡Oh, Deus meu!
Quão negros pesares
meu
peito feriram!
Agora, débil, cansado,
sem força caminho,
porque já não me encorajam
nem a fé, nem carinho
nem os sonhos de gloria,
nem o surdo rugido
do mar que eu adorava.
Tudo eu já perdi!
Rumor misterioso
      próximo percebo;
rumor que nas noites
serenas de estio
também eu escutei
com suave delíquio,
que é tênue, bem tênue,
bem vago e tristíssimo,
rumor que ouve a alma
melhor que o ouvido,
que não se entende,
que morre indeciso.
Morreu, já não escuto
nem o hálito meu,
pois o ar me falta
e apenas respiro!
Ontem eu vi um
cadáver
flutuando no rio,
sangrentos os olhos,
o gesto enrugado.
Lembro que ao vê-lo
banhou um suor frio
meu pálido rosto;
com fortes latidos
tremera meu
peito,
e… estranho delírio!
pensava eu então
que encontrava-me unido
ao hirto cadáver
com laços bem íntimos;
que eflúvios de minha alma
rondavam o
rio
correndo a prestar-lhe
seu alento perdido.
Mistério é o homem!
Sua mente um abismo!
Há pouco tempo atrás, eu encontrava
prazeres cumpridos
em grandes cidades
de imenso gentio.
Agora, como eu mudei!
Me cansa o barulho.
Feliz a minha sorte
se achar um retiro
de alento cobrar
meu
peito oprimido,
sombra me deram
láurea e únicos,
e secas suas folhas
um leito fofo;
onde nunca reinaram
nem ventos frios
nem chuvas e neve
nem vento e granizo;
onde uma aura suave
trouxera ao meu ouvido
os tristes cantares
de algum camponês,
e a aura lhe dera
com terno carinho
seu casto perfume,
silvestre tomilho!
Que noite tão longa!
Que tanto suplicio!
Mas ai!, que já brilham
de brancura matutina
os mornos reflexos,
e o pardo edifício
que à frente se eleva,
solene e altivo
seus altos remates
ostenta tingidos
de rosa e de carmim.
Já começou a agitação,
bem débil o meu corpo
se posta rendido.
Meus olhos cerrados
oh, sonho bendito!
Restaura minhas forças
e encoraja o meu espírito!


*

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Página publicada em março de 2023


 

 

 
 
 
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